“Mi lúcida sinrazón no le
teme al caos” (Antonin Artaud).
El libro dice tener tres directrices principales: 1) El síntoma, o
los síntomas de la enfermedad mental, en este caso las psicosis, no
como residuo, sino como esfuerzo del enfermo por trabajar con lo que
le queda, por tratar de restituir un equilibrio: de ahí la
importancia de escuchar al enfermo, de adentrarse en la
particularidad de su sintomatología; 2) el lenguaje en su doble
aspecto, como instrumento y como medio en el que se está (en palabras de Ramón Estaban: “el lenguaje, no solo como instrumento,
sino más bien como medio al que se nace, que nos precede y conforma,
condicionante de una siempre desmochada comunicación con los demás
y con el otro interior con quien compartimos nuestra escisión
estructural”); 3) el interés por la Historia, esto es, por la
evolución histórica de la locura (al estilo de Foucault).
Aunque
todo esto pueda parecer un poco abstracto, lo cierto es que resulta
muy interesante leer y releer con paciencia las páginas de este
libro, El saber delirante, donde Fernando Colina no nos asfixia con
el discurso más árido y cientificista de la psiquiatría, si no que
se adentra en los contenidos de la enfermedad mental: ¿qué es el
delirio?, ¿qué lo caracteriza y como lo percibimos los propios
enfermos? ,¿hay diferencia entre delirio y alucinación?, ¿cuál es
el origen del delirio, o dicho de otra manera, por qué el ser humano
delira, o cuáles son las condiciones de posibilidad del delirio?,
¿hay verdad en el delirio?, ¿cómo se relacionan nuestros síntomas,
delirios incluidos, con la culpa, con el poder, con el amor, con el
olvido, con el tiempo, con la soledad, con la moral, con el miedo,
con la identidad, con nuestra esperanza de reestablecernos? En fin,
como se ve, cuestiones todas ellas, vitales, candentes, de un muy
alto interés en nuestro intento de buscar la cura, la comprensión y
la convivencia con la enfermedad.
M.A
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