Tendría yo unos ocho o nueve años cuando mi madre me castigó por
no tener en cuenta a los demás, el castigo me pareció muy duro en
su día, pero hoy se lo agradezco pues me ha hecho una persona más
atenta.
El caso es que
había unos dulces en la nevera, piononos, creo y sin pensar en nadie
más me los comí todos. Cuando mi madre lo descubrió se enfado
mucho, me hizo ver que había dejado sin postre a los demás y que no
debía pensar solo en mí mismo.
Me avergoncé al
darme cuenta de que era verdad: ni se me había pasado por la cabeza
que todos los dulces no eran para mí y que los demás también
querrían probarlos.
Me castigaron
unos días sin postre y desde entonces tengo más en cuenta las
necesidades y derechos de las personas con las que convivo.
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