Manuela se había marchado ya, y poco a poco el silencio se convirtió en el sonido de un gorjeo de pajarillos que anunciaban el amanecer.
¡ Ahora lo entendía todo !: me había despertado más temprano de lo normal, serían las seis y cuarto de la mañana. Mis abuelos, como buenos campesinos, se levantaban todos los días antes de que el sol hiciera su aparición por el horizonte, a la hora en que mi gatita daba su refrescante paseo matutino.
No teníamos sueño, así que me levanté, salí de la habitación, atravesé el comedor y llegué a la portada del cortijo: mi abuelo sentado en el poyete y mi abuela sentada en una silla de anea, el olor mezclado entre flores y mar, las montañas recortando el paisaje hasta el acantilado, el cielo entre luces, y de pronto, un pedacito de sol que, a modo de redondeada porción de queso, asomaba entre dos montes.
Fue cuestión de minutos, y la cálida compañía de mis abuelos, amenizó y dio su trascendente significado el increíble espectáculo que estaba a punto de contemplar, era la primera vez que veía, olía y sentía un verdadero amanecer, con el sol asomando entre las montañas, el olor a mar, el gorjeo de los pájaros, el frescor en la piel y un despampanante sol, amarillo y redondo, que poco a poco nació de detrás de las montañas, como pidiendo permiso, o tal vez, otorgándolo, al inicio de un nuevo día.
Ese fue a mis ocho años de edad y hasta los cuarenta que puedo contar, el mejor amanecer de mi vida.
P. P.
1º premio
1º Certamen de Microrelatos Centro Social Canasteros.
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