Quedada en Quéntar, 9 de la mañana,
de un día soleado pero frío de otoño, ¿por qué no?, 1 de noviembre, día de
todos los Santos y festivo. Nos proponemos pasar un día de campo, donde
disfrutar de todo aquello que la naturaleza nos puede dar sólo con el mero
hecho de poner nuestros sentidos a su servicio. El grupo de amigos, dispuesto a
dar todo para alcanzar el disfrute, charla tranquilamente antes de empezar la
ruta. Ya dispuestos, se empieza a andar a un ritmo no muy rápido todavía, para
calentar. Se empieza en el Hondo el Lugar, ya que ahí nos dejó el autobús, el
pueblo rezuma tranquilidad, aquella que no nos da la capital. También nos
invade el olor a café, ya que los tres bares están situados por la zona, no muy
lejos los unos de los otros. No llevamos mucho andando y nos encontramos la
plaza con un castillo que a lo largo de los años ha servido para acoger las
fiestas de moros y cristianos de la localidad.
Pasados 5 minutos, nos ponemos en el
río, bajando una cuesta, y es ahí donde se ve todo el esplendor de Quéntar, su
sierra, montes llenos de verde: árboles, hierba, matorrales, etc. No importa
que sea verano, el verdor perdura; la umbría hace de esos montes un lugar único
y especial, no se cansa el oriundo ni el visitante, muestra de su belleza.
El paseo por el río, nos lleva 15
intensos minutos oyendo su sonido inconfundible, que sólo el paso de algún
vehículo pueda empañar. A ambos lado del camino “peazos” y cortijos nos
vigilan, dando fe de sus raíces agrícolas y ganaderas. ¿Quién sabe si nos
encontraremos algún animal por el camino?
Tras pasear por el río llegamos al
puente el Duc, camino más intenso empieza la subida, los almendros nos cobijan,
durante la media hora de caminata siguiente además de almendros podemos ver
olivos. El olor a membrillo también está presente conforme se avanza, cómo no,
granados y caquis, árboles de la temporada abundan por la ruta. Lo mejor cuando
se ha subido durante la media hora, ya que se llega a el cortijo de Prado
Montero, cortijo antiguo que perdura durante el tiempo entre árboles, y no muy
lejos, por otro caminito nos encontramos la fuente del Mochuelo, fuente de agua
natural con alberca incluida, en un sitio de recogimiento y especialmente
preparado para el descanso y disfrute del caminante; y ahí no queda todo, un
poco más arriba una cruz en una erilla, anima al creyente a rezar con las
vistas de la serranía.
Tras la parada continuamos nuestra
ruta, ya queda poco para ponernos en el pantano, 15-20 minutos, por paisaje más
escarpado, pero todavía hay olivares por el camino. A la mitad una cabra montés
de piedra, nos da fe de que en cualquier momento nos podríamos topar con alguna
manada, ¿quién sabe? No sería la primera vez.
Antes de llegar al pantano, unos pinos
de la zona nos dan la bienvenida. La llegada resulta triunfal, se observa el
pantano, con mucho agua, entre montañas y barrancos, con pinares esparcidos, eso
por un lado del pantano pero hacia el otro, la mirada del barranco y la altura
nos hace ser prudentes a la hora de acercarnos, el vértigo invade, aunque la
belleza y la curiosidad nos hace que no podamos dejar de observar con
detenimiento y temor.
Ruta concluida, buen día echado,
¿cuál será la siguiente?